JAIME DESPREE

ECOLOGÍA Y SOCIEDAD CIVIL


Primera edición con el título: 

«Introducción a la teoría del Ecoestado», 1989

Segunda edición revisada con el título: 

«La revolución ecologista», 1992

Tercera edición revisada con el título:

«Ecología y sociedad civil», 2011



LLAA ÚLTIMA EDICIÓN 


Aprovecho las grandes ventajas de la revolución digital para revisar una vez más el contenido del prólogo este histórico ensayo, porque en estos últimos meses han sucedido importantes acontecimientos de trascendencia histórica que no puedo dejar de valorar, aunque sea someramente, como la llamada «Primavera árabe», la sorprendente victoria de los verdes alemanes en dos «Länder», y, todavía fresca e inconclusa, lo que se ha llamado como la revolución de los «Indignados» en España. 

Todavía es prematuro para sacar conclusiones, pero en mi opinión las revoluciones en el mundo árabe solo tienen interés por el hecho de haber sido promovidas desde la base de la sociedad civil, pero mucho me temo que las reivindicaciones fundamentales coinciden con los intereses económicos del capitalismo neoliberal de Occidente; es decir, no son nada revolucionarias. 

En cuanto a la victoria de los verdes alemanes, no puedo negar que ha sido para mí una enorme alegría ver como ¡por fin! se sustancian mis inquietudes políticas de juventud, al menos aquí en Alemania, pero ahora queda por ver hasta que punto el ejercicio del poder puede o no llegar a corromper incluso las ideologías más progresistas dentro de la estructura, más o menos alternativa, de un partido político. En el Parlamento Europeo hay «verdes» que son auténticos profesionales de la política y llevan décadas apoltronados en esta discreta pero rentable institución. 

Sobre los recientes acontecimientos en España, quisiera creer que los jóvenes, que hasta hace cuatro días ahogaban su frustración con sus incívicos «botellones», han reaccionado favorablemente. Pero me temo que hasta este momento el movimiento adolece de cierta ingenuidad política, que solo se justifica por el hecho de haberse propuesto nada menos que la extraordinaria tarea de «reinventar la política a partir de la nada», pues carecen de referencias históricas concretas. La realidad actual es demasiado nueva para que ya tenga historia. Este modesto ensayo intenta aportar algunas ideas que ya formaban parte de los movimientos políticos nacidos en otro mes de mayo, pero del 68.

Otro cambio fundamental ha sido retitular el libro de “Ecología y revolución” por “Ecología y sociedad civil”, pues cada día estoy más convencido de que debe evitarse una nueva revolución, siempre irracional y violenta, y que las necesarias reivindicaciones ecológicas, que son perfectamente razonables, lleguen por simple evolución. Pero la revolución será inevitable si no se llevan a cabo drásticos cambios políticos y hábitos sociales a nivel global, sobre todo en los países más desarrollados o en proceso de rápido desarrollo, como son los casos de China, India, Rusia o Brasil.


Después de la primera redacción de este libro, allá por los años setenta, ha pasado mucha agua bajo el puente, no sólo en el mundo sino en mi propia conciencia de la realidad. A este libro le sucedieron otros muy diversos y, finalmente, no tuve otra alternativa que introducirme en la filosofía, pues la realidad actual no se explica sólo con la historia, ni siquiera con una buena preparación como la que tenía Arnold Toynbee, sino que en la formación de la historia intervienen fenómenos no sólo puramente conceptuales, que puedan integrarse dentro de una idea «razonable», sino de otros puramente «psicológicos», que deben ser integrados a la idea general de la Historia. Uno de esos libros es mi ensayo «Filosofía de los sistemas sociales», que debería formar parte de éste, pues no se puede entender el uno sin el otro, tanto si se lee primero el de filosofía como este otro de política. Pero como no es posible hacer una fusión entre ambos, apunto en este nuevo preámbulo las razones fundamentales de esta necesaria interacción.

Una economía ecológica es aquella cuya explotación de sus recursos de supervivencia es «sostenible». Esto es evidente, pero lo que no se dice con tanta frecuencia es que la sostenibilidad depende de la «aclimatación del individuo al medio», y esta subyugación no es posible si no existe la convicción de lo «irremediable» del hecho en sí. En otras palabras, sólo una sociedad en cierta manera «subyugada y sometida» a los condicionamientos naturales puede tener una «economía sostenible», con un mercado controlado y altamente regulado. Esto puede interpretarse como una actitud anti-progreso y reaccionaria.

Durante un largo periodo de nuestra historia los bienes no servían a otro fin que a la supervivencia. Esto cambió de forma radical y revolucionaria, la segunda gran revolución de la historia (la primera fue sin duda la Neolítica), cuando la nueva burguesía urbana cuestiona este estatus, pues se trataba de una clase sin «clasificación natural por nacimiento». Será la burguesía quien transformará el valor intrínseco de los bienes de supervivencia para utilizarlos como referencias simbólicas que reflejen su «estatus social», ya que han desparecido los de nacimiento; es decir, que los bienes de consumo además de «útiles» se vuelven sobre todo «clasistas», y es en su «clase» donde radica su mayor valor de cambio. Con este hecho, poco citado en los libros de historia y de economía, se revolucionó de tal manera la economía social y los mercados se expandirían de tal forma que llegaría un día, el momento actual, en que se pondría en peligro la supervivencia de todo el planeta.

Por esta razón la consecución de una economía sostenible está lejos de ser viable, porque todos los pueblos que salen de algún tipo de esclavitud o dictadura inmediatamente recurren al consumo de estos «bienes clasistas» para «reclasificarse» en su entorno social. Podemos decir que las bases de la economía liberal y burguesa no tienen su fundamento en la inteligencia o el trabajo sino en el consumo y en la vanidad. China emerge del comunismo con estos mismos insostenibles valores, pero también Rusia, India, Brasil, y muy pronto algunos países del Medio Oriente recién incorporados al capitalismo liberal, y también es inevitable que a la larga se sumen prácticamente toda Asia, África y Latinoamérica a este nefasto modelo económico y social.

Por tanto no soy optimista en absoluto y creo que es ya prácticamente irreversible la destrucción del planeta, con todas sus especies, incluida la humana, a menos que se produzca una «rápida evolución» que promueva una nueva mentalidad más ecológica y personal.

Este libro se limita a dar algunas ideas, tanto económicas como políticas, y propone un cierto «repliegue histórico», pero en ningún caso el retorno a la esclavitud ni a la tutela de un Estado «cibernética y ecológicamente totalitario», sino la profundización de la misma democracia y la búsqueda de lo fundamental del ser humano y de sus verdaderas necesidades, al margen de las creadas por la sugestión de la publicidad, con la insana intención de clasificar la sociedad en estamentos que no sirven a la verdadera causa de una humanidad razonable, como es vivir en paz y en armonía con uno mismo y con su entorno natural.


Berlín, mayo de 201

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