I. EL MODELO ECONÓMICO ECOLÓGICO


1. EN LA DIMENSIÓN ESTÁ LA SOLUCIÓN



Por paradójico que parezca el libre mercado es un modelo inspirado en la economía de la naturaleza, donde ningún agente se ocupa de planificar sino que todo es espontáneo y, en ausencia del comercio y de la industria, el trabajo se convierte en el único valor de cambio. Tal y como lo enunciara David Ricardo, un antecesor de Karl Marx, los animales, como las clases trabajadoras, perciben la remuneración mínima indispensable para su subsistencia. La formación de los salarios es el resultado «del precio necesario para permitir a los trabajadores subsistir y perpetuar su raza, sin aumento ni disminución».

La propuesta que pueda deducirse de una nueva conciencia ecológica debe ofrecer una alternativa a este modelo, y como objetivamente no podemos apartarnos de la concepción clásica de la economía con más o menos matices que no cambian lo sustancial, ni aceptar la actual tendencia a la mera «acumulación», en mi opinión, esta alternativa no está tanto vinculada a las teorías económicas en sí, sino al entorno donde se desarrolla y a la política económica comunal en particular. Como consecuencia de ello, proponemos «descentralizar y reducir» el ciclo económico al ámbito del mercado local y en el marco de una autonomía política también local y, como argumentaremos después, por este simple hecho, y sin cambiar lo sustancial del modelo económico clásico del libre mercado, revertiremos la economía de la «acumulación» en otra de la «redistribución», o lo que es lo mismo, pasaremos de una economía «liberal y capitalista» a otra «liberal y ecológica». La reducción del ciclo económico lleva consigo las claves del cambio, además de una nueva definición ecológica de la propia economía.

La «acumulación», sea de bienes o de capital, es la consecuencia de la «concentración» de la población, por tanto es una de las peculiaridades intrínsecas de la actividad económica en el entorno urbano. Es decir, no puede hablarse de «concentración» si no hablamos de ciudad, de la misma manera que estaremos hablando de «dispersión» si nos referimos al entorno rural. La concentración significa que el proceso económico alcanza varios niveles en la actividad económica en general produciendo situaciones de fractura entre el trabajo en sí mismo y el uso del capital de inversión.

La mayor renta media de las ciudades o grandes aglomeraciones urbanas con respecto a las zonas rurales no es causada por el valor del trabajo en sí mismo, antes bien dada la fuerte competencia laboral que se produce en las ciudades, la renta del trabajo incluso puede ser inferior a la de una pequeña comunidad. La renta media es la consecuencia de la aparición de puestos de trabajo altamente remunerados cuya actividad no se aplica directamente en la producción en sí misma, sino al «control» de los trabajadores una vez que estos superan un determinado número dedicados a una sola actividad.

En toda actividad laboral, a partir de un número determinado de trabajadores se hace imprescindible la creación de un nuevo puesto de trabajo dedicado al control de estos, cuyo valor no se establecerá como consecuencia de la plusvalía que genera el propio trabajador, sino de la cesión de parte de la plusvalía de los trabajadores «controlados» por el propio capitalista. Es decir, que a mayor concentración de población laboral se hacen necesarios mayores controladores por parte del dueño del capital (y no del empresario como argumentaremos más adelante); que estos empleos gozan de sueldos más elevados, y que son generados como la cesión de parte de las plusvalías obtenidas por los trabajadores controlados. A su vez, estos primeros cuadros laborales medios, son «controlados» por otros superiores y, finalmente, se generan cargos de «gran responsabilidad» con sueldos astronómicos.

La media que se establece de la suma de las rentas de todos los productores, incluidos los diversos cuadros de «control», es tanto más elevada cuanto mayor es el número de la población afectada. Es decir, a mayor población mayor renta media del trabajo. Esto no quiere decir que el productor de base de una gran aglomeración urbana cobre más que otro de una pequeña comunidad, al contrario, no sólo es probable que las condiciones del mercado y la menor competencia haga que las rentas sean superiores para el productor de una pequeña comunidad, sino que por efecto de la disminución de la renta media, el coste de la vida sea también inferior. A menor circulación de capital menor inflación, es decir, precios más bajos.

Desde el punto de vista de un modelo económico «ecológico» se establecen varias conclusiones:

- La primera es que la empresa deja de ser «ecológica» cuando se hace necesaria la creación de un puesto de trabajo que no produce plusvalía directamente, sino que obtiene su renta descontando parte de la plusvalía que le corresponde al dueño del capital. Por esta misma reflexión se deduce que la empresa permanece en un entorno «ecológico» cuando es controlada por el dueño del capital; es decir, por su propietario o empresario particular.

- La segunda es que, en la medida que los «controladores» son eficaces y están bien remunerados, el propio «capitalista» puede desentenderse de la gestión directa de la empresa para convertirse en «anónimo» y participar en otras empresas tan sólo cediendo parte de las plusvalías de los trabajadores a sus «empleados de confianza»; es decir, aparece la «sociedad anónima». Como consecuencia de esta transformación, el empresario ya no tiene por qué ser el propio capitalista, sino otros cargos de confianza del capitalista, limitándose a «gestionar» la empresa con la promesa de recibir, no sólo parte de la plusvalía de los trabajadores, sino una parte de los posibles beneficios una vez descontados todos los costes de producción, incluidos los gastos financieros que debe pagar al dueño del capital. De hecho, la mayoría de los empresarios no son otra cosa que «gestores» de capital procedente de accionistas anónimos que han delegado su capital en bancos comerciales.

- La tercera consecuencia es que en el entorno donde se desarrolla la empresa capitalista el efecto de las rentas elevadas que perciben los «controladores» producirá una constante presión «inflacionista» que será especialmente sufrida por los propios trabajadores, y que se manifestará, sobre todo, en la sobre valoración de activos que no pueden abaratarse sin intervención política, como por ejemplo el suelo urbano, creando una situación irreal que no se corresponde con la equiparación de las rentas y la capacidad de consumo de los trabajadores. Es posible que se puedan regular los precio de aquellos productos que puedan «clasificarse», es decir, otorgarse una calidad determinada para dirigirlos a la clase social correspondiente, como algunos alimentos, ropa o ciertos servicios, pero el efecto del desequilibrio producido por la renta media general sobrevalorada, tenderá a que los precios suban constantemente, produciendo situaciones de marginalidad y dando origen a la aparición de «guetos», o espacios urbanos degradados que no participan de la renta media general.

- La cuarta, y la más detestable, es que tiene mejor consideración el empleado que defiende los intereses del dueño del capital que el que defiende los intereses del trabajo en sí mismo. Es evidente que si los «encargados» cobraran menos que los productores, nadie desearía ocupar ese puesto de trabajo. Esta situación hace que muchos empleados con sueldos relativamente bajos en comparación con los benéficos obtenidos por el dueño del capital, se conviertan en la «correa de transmisión» del modelo capitalista anti-ecológico actual, sin que ellos mismos sean plenamente conscientes, enfrentando al mundo del trabajo entre sí y complicando la gestión de los sindicatos.

En resumen, el entorno es una condición fundamental para considerar que un modelo económico es ecológico, lo que no significa que la empresa ecológica no utilice también capital. Y ese entorno es aquel cuya concentración de población no hace necesario la aparición de un gran número de empleos al servicio del dueño del capital, y que, por tanto, la mayoría de las empresas son gestionadas por el mismo dueño del capital, circunstancia habitual en las empresas de una pequeña comunidad.

Si el grueso de la economía actual lo aportan las grandes corporaciones, en connivencia indiscutible con los poderes del Estado que actúan a niveles multinacionales, cuya característica principal es la gran «concentración» de población laboral, no creo que por el momento exista alguna razonable posibilidad de influir a corto o medio plazo sobre las dimensiones macroeconómicas del Estado, porque las corporaciones saben que «toda desviación de la ortodoxia constituye un paso irreversible hacia el socialismo». O tal vez podríamos decir que toda idea estructurada si no se defiende con una firme ortodoxia termina por evolucionar hasta convertirse en su opuesta. Sobre esta teoría los dictadores (tanto de izquierdas como de derechas) no necesitaban consejeros. Tampoco resulta fácil defender el mantenimiento y mejora de las prestaciones del moderno Estado del bienestar (en franco retroceso en la actualidad con las privatizaciones y la descapitalización del Estado) porque las medidas de bienestar social siempre implican una redistribución, de modo que la ortodoxia clásica aplicada a la macroeconomía continuará oponiéndose a ellas.

Por todo ello, nuestra propuesta no está en cambiar sustancialmente las leyes del mercado en sí de acuerdo a la teoría clásica de «la mano invisible»; es decir, pretender que tenemos una teoría económica global y consistente capaz de asegurar la transición de nuestro modelo económico liberal-capitalista a otro sin causar una catástrofe económica sin precedentes, sino en reivindicar la reordenación política de ciertos espacios comunales donde se producen las relaciones económicas sin más, y en las que sí se pueden mejorar los actuales niveles de bienestar social y de convivencia. Es decir, en mi opinión «la solución está en la dimensión».

Este axioma no es un juego de palabras, a mi entender debería ser la regla de oro del pensamiento del nuevo socialismo ecológico y, por tanto, también es válido para acercarnos a los principios de una economía política de inspiración ecológica.

La dimensión ha sido también una constante en la historia de los sistemas económicos. La actividad económica básica en las ciudades-estado griegas era el comercio, la industria artesana y la agricultura, donde la unidad de producción era el hogar y la fuerza del trabajo eran los esclavos. Por esta razón la estructura fundamental no podía ser muy extensa, teniendo en cuenta que el comercio más importante provenía de regiones que no formaban parte de la ciudad-estado. Éstas, por grandes que fueran, contaban con un cinturón agrícola de cuya producción dependían. En el interior florecían las actividades artesanas y otros servicios, además de las instituciones dependientes del gobierno local. El mercado de bienes producidos en otras regiones era intenso, pero por sus características y productos servía de forma muy especial a las necesidades del Estado.

Aristóteles, al igual que los romanos, atribuyó gran superioridad moral a la economía agraria, opinión que persiste aún hoy entre las comunidades de carácter rural y que está siempre presente en la mente de muchos ecologistas. El comercio no tenía entonces, ni lo tendría hasta la era mercantilista, una buena reputación moral en el mundo clásico. El propio Aristóteles llegó a decir, anticipándose a nuestros días, que «hay hombres que convierten cualquier cualidad o cualquier arte en un medio de hacer dinero. Lo toman por un fin en sí, y creen que todo debe contribuir a alcanzarlo».

Incluso la dimensión está presente en las propuestas políticas de Platón, como sugiere el profesor Alexander Gray, un conservador norteamericano, quien opina que «el Estado de Platón es el comunismo de un grupo limitado». No es de extrañar, porque la sola idea de que una ciudad pudiera albergar más de ocho millones de habitantes no estaba en la imaginación de quien inventó las ideas. Platón, como Aristóteles, vivían en un mundo «ecológico» por definición, cuya dimensión era en cierta manera la clave de su comprensión de la realidad y el resultado de su genialidad. Puede que el mundo esté más presente en lo pequeño pero variado, que en lo grande pero uniforme y masificado. Por tanto, y en una primera aproximación, no vale la pena que tratemos de proponer una teoría económica de dimensiones superiores a la comunidad.

Es perfectamente legítimo que desde una conciencia ecológica tengamos en consideración los efectos sobre el medio ambiente de la economía por encima de sus logros cuantitativos, pero resulta ingenuo cuestionar la construcción de una nueva factoría, generadora de empleo y la producción de nuevos bienes útiles para el mercado, si no proponemos una alternativa viable y equiparable, cuyos resultados sean similares aún cuando con procedimientos distintos. Paradójicamente la industria del medio ambiente puede ser tan contaminante como la industria de bienes convencionales. La instalación de generadores eólicos está indignando a muchos ecologistas, que están tan preocupados por la polución paisajista como por la ambiental.

En términos económicos se trata de demostrar que cualquier propuesta alternativa produce los mismos efectos relativos con la misma inversión de capital, siendo el producto mejor distribuido y su impacto ambiental mucho menor o incluso, si se consigue un modelo de desarrollo sostenible, inexistente. Y estos efectos son numerosos y complejos:

- Satisfacción al propietario del capital;

- estimulo empresarial;

- creación de bienes o servicios con buena acogida en el mercado;

- desarrollo e investigación añadida a los nuevos artículos;

- creación de empleos estables y bien remunerados;

- recuperación y revalorización de unos terrenos para uso industrial;

- mayor actividad económica para la comunidad donde esté ubicada;

- incremento del PIB nacional, etc.

Como vemos no es tan simple proponer alternativas al modelo económico actual. Por tanto, para empezar deberíamos concentrarnos en la pequeña y mediana empresa, incluso aquella que no sobrepase el ámbito familiar. En una primera etapa nunca deberíamos de exceder el ámbito local o comarcal. Una vez introducidos en este ámbito y si los resultados son, como es de esperar, satisfactorios, podremos empezar a pensar en introducirnos en el siguiente. Por tanto, en mi opinión, la clave de la economía política de fundamentos ecológicos está en la introducción inicial en ciclos económicos reducidos o de ámbito comunal.

Pero el éxito de una actividad económica de ámbito local depende de la aceptación del mercado local y las características de este mercado dependen fundamentalmente de la política local. Finalmente, y como ya habíamos advertido al principio de este capítulo, hemos llegado a la inevitable confluencia entre economía y política: si deseamos que las relaciones económicas de una comunidad tengan fundamentos ecológicos, también el gobierno local debe fundamentarse sobre estos mismos principios. Y esto nos lleva, antes de proseguir con el modelo económico, a anticipar algunos apuntes de cómo debería ser el modelo político de una comunidad de fundamentos ecológicos.

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