3. LA IMPORTANCIA DEL MERCADO LOCAL


La principal dificultad para convencer de la viabilidad de un modelo económico que incorpore activamente una nueva conciencia ecológica es que, mientras podemos aproximarnos con cierto realismo a la economía de pequeña escala, o la comunal, todavía no tenemos argumentos teóricos convincentes sobre qué hacer con la de gran escala, es decir, la macroeconomía donde operan los organismos económicos del Estado y las grandes corporaciones, porque ésta dependerá del desarrollo de la primera, y mucho menos sobre la forma en que reformaremos (o eliminaremos) el modelo de economía liberal-capitalista actual. Pero, siguiendo la metodología cartesiana, deberíamos partir de lo simple a lo complejo. Todo sistema complejo tuvo un principio simple. Empezaremos por argumentar el núcleo central de nuestro sistema con la esperanza de que el resto encontrará una solución progresiva y coherente con nuestros principios.

La economía actual es sumamente compleja y seguramente contiene algún elemento de todas las teorías establecidas desde que los economistas se ocuparon de ella; desde el uso de nuevas tecnologías de la información hasta formas arcaicas de esclavitud que no han sido totalmente erradicadas. Por tanto, no es un trabajo fácil hacernos un hueco significativo y aceptable en la historia de las ideas económicas, sobre todo porque, tal y como sucedió con las ideas marxistas, partimos de concepciones sociales y metas radicales, que requieren respuestas económicas y sociales también radicales. Además, si propusiéramos un modelo económico que no pudiera ser aplicado por igual, aun cuando con distintas magnitudes y con la utilización de distintos recursos, a los países en vías de desarrollo y que ofrecieran para estos los mismos resultados y eficacia, estaríamos perdiendo el tiempo y cometiendo los mismos errores que el que deseamos cambiar. El modelo capitalista, como apunta Galbraith, «ha padecido una considerable inclinación a preconizar políticas y sistemas administrativos apropiados para las etapas avanzadas del desarrollo industrial en países que se encontraban en etapas previas de su desarrollo agrícola».

La nueva economía de fundamentos ecológicos concede importancia a la dimensión económica de ámbito local y familiar, donde se pueden equilibrar los distintos recursos locales más efectivamente. De esta forma, los modelos válidos para el mundo desarrollado no se diferenciarán mucho de aquellos del mundo menos desarrollado. Sólo variará la cuantía final de la producción y del consumo, y, por tanto, el nivel de renta, pero permanecerá la igualdad de oportunidades y un gobierno auténticamente democrático capaz de hacer el resto.

Adam Smith, cuyos fundamentos teóricos sobre la ley de oferta y la demanda que rige el mercado no parece que puedan superarse, decía que «es máxima de todo cabeza de familia prudente no intentar nunca fabricar en casa lo que le salga más barato comprar». Esto no estaría mal si el cabeza de familia tuviera con qué comprarlo, y este economista daba por sentado que debería ser así. Unos años más tarde otro economista, el francés Jean-Baptiste Say (1767-1832), justificaba con su famosa ley que el cabeza de familia podría comprar todo lo que deseara si, a su vez, él era parte de la cadena de producción de otros bienes. La consecuencia teórica de esta ley aseguraba que el aumento de la renta producida por el trabajo permitía al trabajador comprar todos los bienes que produjera. Por mucho que algunos economistas modernos traten de introducir ciertas ideas sobre la ética del consumo, lo cierto es que la Ley de Say prevalece en la mayoría de las economías de corte conservador, donde las personas son reducidas a simples consumidores sin criterio, obligados, o mejor, condenados, a consumir todo lo que producen y con la rapidez e intensidad con que lo producen. Es decir, las personas terminan por sincronizar sus vidas con las exigencias de la empresa donde trabajan. Por esta razón creo que existe una clara relación entre la circulación del capital y la vida social. Las personas vivimos al mismo ritmo que la circulación del dinero: si éste circula con rapidez, nosotros vivimos con rapidez; si se detiene, nosotros nos detenemos también. Por esta supuesta ley, puede que la única forma de encontrar paz sea «poniendo paz» en la circulación del capital.

El primer objetivo para un modelo económico ecológico local o comunal, y en oposición al urbano y masificado, es la interacción entre mercado y empleo; es decir, crear un mercado dinámico y abierto a través del cual todos los participantes puedan contar con una oportunidad de empleo, porque el objetivo final es precisamente el pleno empleo. Por tanto, no se trata de atraer grandes industrias que aporten empleo masificado, con el consiguiente efecto negativo de la elevación de la renta media de forma desequilibrada, sino que cada participante cree, en la medida de lo posible, su propio empleo en el ámbito de pequeñas empresas con un reducido número de empleados o de ámbito familiar, y que en lo posible respondan a sus inclinaciones profesionales y con el aprovechamiento máximo de los recursos locales, pero respetando la supervivencia de la biodiversidad y los recursos no renovables.

Esta primera aproximación a la economía local ecológica tiene mucho más fundamento económico de lo que pueda parecer, porque no somos nosotros sino economistas como Octave Gélinier, cuyo currículo y docencia no le hace sospechoso de radicalismo, quien dice en su análisis de las oportunidades para la nueva economía del siglo XXI que «La vía más positiva [...] consiste en favorecer al empresario local, surgido de la cultura local, al cual se le facilita el acceso a los fondos propios acompañado de un poco de coaching (entrenamiento)». Las fórmulas de financiación y las instituciones que tendrían la responsabilidad de hacer de «business angel» no es de nuestra aprobación, pero de este tema hablaremos más adelante.

En una economía local la formación de los precios y los salarios no se establece, como hemos visto, de acuerdo al modelo de las grandes concentraciones urbanas, porque no son válidos los parámetros y valores de ésta. Es cierto que el estímulo del trabajo no es la filantropía sino el egoísmo personal. Puede que estemos de acuerdo con el propio Adam Smith, quien con su personal estilo coloquial comenta en uno de sus más célebres pasajes: «No hemos de esperar que nuestra comida provenga de la benevolencia del carnicero, ni del cervecero, ni del panadero, sino de su propio interés. No apelamos a su humanitarismo, sino a su amor propio». Pero el exceso de beneficio y la ostentación, que no es posible en una comunidad, no sirve ni siquiera para mejorar su amor propio, sino para perjudicarlo enfrentándolo al resto de la comunidad. Si la democracia necesita del impulso de las virtudes para mantenerse y evitar caer en los vicios sociales, la economía necesita el de la moderación de los beneficios para evitar, además de las posibles injusticias, las envidias y codicias, sentimiento que corroe la convivencia en la mayoría de las pequeñas comunidades.

La riqueza de una comunidad es también la consecuencia de la suma de todos los bienes y servicios que se puedan producir y vender en el mercado local, pero dada la proximidad entre productores, comerciantes y consumidores, así como la limitación de la demanda máxima, las técnicas de producción tienen que adaptarse a esta realidad. Yo mismo he tenido la oportunidad de haber seguido el desarrollo de dos industrias locales y he podido sacar estas valiosas conclusiones:

- En el primer caso, un empresario local decide ampliar la producción y envasado de un producto alimenticio tradicional de gran calidad y escaso, y que durante años ha tenido una gran acogida local. Después de estudiar todas las posibilidades de financiación, decide montar una gran planta de envasado que multiplica por diez su capacidad de producción.

El primer impacto sobre el empresario local es el desconocimiento del mercado para sus nuevos niveles de producción. El segundo son los costes laborales y financieros que son mucho más elevados y complejos que cuando disponía de una pequeña empresa semi artesanal. Otro inconveniente nuevo es la especialización técnica en la maquinaria, cuyo rendimiento depende de su uso correcto y que supone una dificultad adicional porque necesita personal especializado, así como la dependencia de los servicios de mantenimiento, y, además, surgen los problemas administrativos relativos a permisos, licencias, etc., tanto con su gobierno local como con otros organismos superiores que deben tramitar las consiguientes autorizaciones, cuya complejidad burocrática y administrativa no puede ser gestionada directamente por un modesto empresario local.

Una vez que la planta está en producción, se da la paradoja de que mientras el coste de los productos se ha abaratado, la mejora del beneficio se da, sobre todo, en los productos destinados al mercado local, porque en éste el margen de beneficio es mucho más elevado. Pero el mercado local no puede absorber toda la producción, por tanto el resto tiene que ser colocada en uno más amplio donde (primer desengaño) existe un mayor nivel de competencia, dejando los márgenes a niveles ínfimos. Y lo que es peor, una gran producción necesita una cierta seguridad y sólo pueden asegurarla aquellos clientes que pueden ser considerados como oligopolios (concentración de empresas similares con la misma política comercial) o incluso en muchos casos auténticos monopolios: como las grandes superficies, cadenas de alimentación y distribución, etc. En conclusión: este empresario se convierte en el intermediario entre los deseos de los monopolios u oligopolios y sus proveedores. Así, tras la ampliación se convierte en su «empleado», para asegurar la rentabilidad de la planta, y sólo conserva su libertad como empresario independiente dentro del mercado local, donde, además, aumentan sus márgenes comerciales sin que, no obstante, la relación entre la cuantiosa inversión y la creación de puestos de trabajo locales sea muy favorable.

- En el segundo caso la experiencia muestra una actitud mucho más ecológica, aun cuando no puede decirse que el empresario se considerara a sí mismo como «ecologista». Un panadero local, que una década atrás inició la producción de pan de forma artesanal en horno de leña, consiguió en este período convencer a sus propios conciudadanos de que el pan originado en los malos hábitos de consumo de las grandes ciudades era insípido y poco saludable. Pasada la euforia del «refinamiento» de los alimentos importados por modas urbanas, el pan elaborado de forma artesanal, más nutritivo y saludable (incluso mucho más estético) se consolidó en el mercado local hasta que el empresario decidió ampliar la producción sin merma de la calidad con la contratación de nuevos empleados, mejoras en la distribución y apoyo publicitario directo y eficaz. Gracias a las facilidades para la creación de envoltorios adecuados y la racionalización de la producción, ahora está en condiciones de competir con empresas panaderas nacionales en cuanto a calidad, diseño, presentación y distribución. Pero, a diferencia del caso anterior, su ámbito de mercado sigue siendo local o, a lo sumo, comarcal sin superar un radio de acción donde puede resultar efectiva su propio sistema de distribución.

Este empresario ha optimizado al máximo la inversión realizada, mucho menor que el caso anterior, rentabilizando al máximo la aplicación de las nuevas tecnologías, creando en proporción un mayor número de puesto de trabajo, a pesar de mantener su alta productividad con una plantilla moderada y mantiene la máxima de que los clientes deben de acudir al mercado local o al comarcal. Cada fin de semana muchos visitantes adquieren sus productos con la sensación de que están haciendo una buena compra, porque el pan, a pesar de estar presentado y distribuido de acuerdo a las exigencias impuestas por los grandes fabricantes nacionales, sigue teniendo el sello local y eso estimula y da confianza al consumidor.

¿Qué conclusiones pueden extraerse de estas experiencias?:

- Primera conclusión: si el empresario desea ser libre y mantener una productiva y afectiva relación con la comunidad debe mantenerse dentro del ámbito del mercado local o, a lo sumo, comarcal; si no le importa ser «esclavo» de un oligopolio, puede ampliar su producción al mercado regional, nacional o internacional en solitario.

- Segunda conclusión: si el empresario desea obtener el mayor rendimiento posible en la relación producto-mercado una producción excesiva desvirtúa el valor del producto y una producción equilibrada, incluso escasa, lo revalúa, además se adapta mejor al principio básico de una economía ecológica que debe crecer de forma sostenible.

- Por último: es imposible prescindir de la relación existente entre la realidad social del empresario y sus ambiciones comerciales o empresariales. No tiene las mismas aspiraciones ni los mismos valores una persona que vive habitualmente en una pequeña comunidad que un ejecutivo que reside en una gran ciudad. Son personas distintas y están preparados para afrontar retos económicos distintos. Por tanto, a cada dimensión social le corresponde una dimensión económica natural.

Es evidente que existe una diferenciación manifiesta en el modelo capitalista cuando éste se da en una gran ciudad o en una comunidad de carácter estrictamente personal:

- En un espacio masificado e impersonal la seguridad individual depende de la protección individual. Se entiende que los habitantes de las grandes ciudades se entreguen a la ambición de acumular medios para sobrevivir frente a la imprevisibilidad del medio donde habitan. El capitalismo actual, por su propia naturaleza, está pensado para desarrollarse en las grandes aglomeraciones porque estimula la acumulación de poder (dinero y medios de protección individual), donde siempre hay un ambiente social adecuado para el «triunfador». Un lugar exclusivo y bien protegido aun cuando sea muy caro de mantener. Pero en las comunidades el capitalismo se enfrenta ante sus dos peores enemigos: la ausencia de un gran mercado y la escasa circulación de capital.

- En una pequeña comunidad, si goza de una saludable economía y de una cierta prosperidad compartida, la seguridad no depende tanto de la acumulación de poder individual como del colectivo. La «acumulación» individual no es la tendencia natural, sino que es más bien la «redistribución». El espacio de convivencia es más personal y los temores menos irracionales. De hecho la delincuencia es infinitamente menor en las pequeñas comunidades que en las grandes.

Por otro lado, los ricos cuya obsesión es la simple «acumulación» de capital se encuentran más solitarios en las pequeñas comunidades donde no hay espacios adecuados para sus gustos ostentosos ni infraestructuras para que puedan consumir de acuerdo a su nivel de vida (restaurantes de lujo, puertos deportivos, casinos, etc.) Las pequeñas comunidades no son lugares adecuados para el desarrollo del espíritu del capitalismo. Eso no quiere decir que no puedan desarrollar un modelo económico activo y de creación de riqueza, al menos para alcanzar una renta cercana a la del resto del país, pero con la compensación especial de disfrutar de una mejor calidad de vida en el medio local.

Éste, además, tiene algunas notables ventajas con respecto a los mercados de las grandes ciudades. En la medida de que no exista una gran superficie comercial (frecuentemente son oligopolios o casi monopolios) como ya hemos argumentado, los precios se equiparan más fácilmente a los salarios o al poder adquisitivo de la comunidad. La especulación sobre ciertos sectores básicos para la economía doméstica, como la vivienda, es menor. Pero, sobre todo, la facilidad con que se regula la oferta y la demanda evita las pérdidas por sobreoferta o, incluso, escasez de la oferta. Si el marcado es estable y la presión de la demanda y de la oferta no sufre grandes desequilibrios, los precios pueden mantener un nivel aceptable, controlando así mejor la inflación. No hay exceso de demanda de consumidores que presione al alza ni escasez de la demanda que presiona a la baja. Así, en la práctica, se produce un cierto crecimiento sostenido y auto regulado del mercado local que sólo tiene un inconveniente: la falta de estímulo para la introducción de nuevos productos. Desde el punto de vista del capitalismo, es un desastre; desde el punto de vista ecológico puede resultar positivo. Todos sabemos que una de las principales causas del aumento del deterioro ambiental es la superproducción de bienes que muchos son innecesarios o pueden ser introducidos después de que los viejos hayan quedado realmente obsoletos. En este sentido el mercado local es «ecológico» por definición.

Por último, si la comunidad aceptara la existencia de impuestos progresivos sobre las actividades económicas en general que permitieran disponer de un razonable presupuesto para gasto social, y éste se invirtiera con transparencia y proporcionalidad apoyando colectivos dedicados a la solidaridad, voluntariado de ayuda mutua, organizaciones cívicas de promoción social, defensa del medio ambiente, etc., este tipo de comunidad posee otra importante cualidad que beneficiaría el mercado local porque, en la medida de que ésta se sintiera más segura y protegida por la cohesión social, habría menos necesidad de ahorro improductivo y con uso especulativo fuera de la propia comunidad, poniendo a disposición del mercado local mayor liquidez para beneficio del comercio local. De hecho, el éxito de un modelo económico no depende tanto de la ideología de sus dirigentes sino de la cohesión y la confianza mutua de la propia sociedad. Países como Suecia progresan a pesar de aceptar una fuerte intervención fiscal de las rentas del trabajo porque tienen confianza en que los responsables políticos procurarán que ello revierta de forma solidaria y equitativa sobre el conjunto de la población. Es decir, los habitantes de estos países consideran que reporta mayor seguridad «repartir» que «acumular». La desconfianza mutua y la falta de cohesión social justifican las políticas económicas insolidarias y fomentan el ahorro improductivo y, desde luego, son el fundamento de la nueva ofensiva del neoliberalismo actual.




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